Autoproducción y autogestión de alimentos como derecho a la producción social del hábitat y de la ciudad como comunidad de vida
Compartimos ponencia sobre la Autoproducción y Autogestión de alimentos realizado por Ximena Gonzalez Broquen, en el marco del Foro sobre el Derecho a la Ciudad impulsado por la Asamblea Nacional.
Foro Derecho a la Cuidad en Venezuela
20 de julio 2022, Salón Simón Bolívar, Asamblea
Nacional-Caracas
Ponencia:
Autoproducción
y autogestión de alimentos como derecho a la producción social del hábitat y de
la ciudad como comunidad de vida
Ximena Gonzalez Broquen, Eisamar Ochoa
Centro de Estudio de Transformaciones Sociales
del Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas (CETS IVIC)
Resumen: El derecho a la ciudad, entendido como el derecho a la
autogestión y producción social colectiva del hábitat tiene que abarcar el
ámbito productivo en general, y en particular, el ámbito de la producción de
alimentos. Para romper con el modelo de
ciudad extractivista y colonial de la modernidad, es necesario plantear modelos
de organización y formación colectivos que permitan retomar el control popular
sobre la reproducción y producción de la vida en todas sus dimensiones. Así es
que, para transformar el modelo de ciudad para que esta deje de sustentarse de
forma parasitaria en lo que produce el campo, reversando sobre este, tanto
materialmente como simbólicamente, sus desechos y contaminaciones diversas, es
necesario romper con la dicotomía campo/ciudad y pensar el derecho a la ciudad
como el de un metabolismo social integral fundamentado en una red de
intercambio que produzca y reproduzca su relación a la naturaleza, a su entorno,
consigo y con lo y los otros como comunidad de vida.
La ciudad que tenemos hoy en día, la ciudad que vivimos y en la cual reproducimos y producimos nuestras vidas es heredera directa e hija del modelo civilizacional colonial de la modernidad. En este modelo, la ciudad es el espacio donde se materializan todas las desigualdades, todas las injusticias, todas las formas de dominación y explotación que lo caracterizan. Nos cuentan que nuestras ciudades son las heredadas de la polis griega, supuesto origen de la idea misma de democracia, olvidando que esta se sustentaba en la división entre el hombre libre que era el único sujeto de derecho, y digo hombre porque eso excluía a las mujeres, y el esclavo, el extranjero. ¿Y que definía al hombre libre de la polis griega antigua? El ser propietario y peor aún el vivir de sus rentas. Era hombre libre el que no trabajaba y podía entonces dedicarse a la política. Y si este podía no trabajar es porque vivía de la apropiación y del robo del valor del trabajo de sus esclavos.
El
modelo de ciudad que hemos heredado, que el colonialismo trajo a nuestras
tierras, es así un modelo fundamentalmente rentista, es un modelo que se
sustenta en la explotación de los y de lo otro, en el cual unos pocos, que se
dicen libre, viven del sudor y del trabajo de todos y todas las otras. Basta
con ver quiénes son los que construyen con su arduo trabajo y con mucho sudor
las mansiones del este de esta ciudad y quienes son los y las que viven y
disfrutan de ellas. Basta con ver quienes pueden disfrutar de los espacios
recreativos y quienes no pueden siquiera acceder a estos. Basta con ver quienes
producen los alimentos y quienes los consumen compulsivamente. No es por nada
que nuestra región, Latinoamérica es la región más desigual del mundo. Basta
con pasearse por cualquiera de sus grandes metrópolis, para ver en un mismo
espacio, separados por unos pocos metros, los lujos más ostentosos y la miseria
más violenta.
Por
eso es que reivindicar el derecho a la ciudad es un grito que viene de las entrañas de
nuestros pueblos, como un grito de lucha al derecho al vivir bien, como una
bandera de lucha contra la violencia segregadora que reduce la existencia de
las mayorías a mera sobrevivencia. Pero el derecho a la ciudad no puede
perderse en el ilusorio deseo, creado y recreado por la industria capitalista,
de querer acceder a esos lujos, de querer simplemente pasarse del otro lado de
la barrera para disfrutar de una vida cuyo precio es el sudor y la explotación
de los y las otras.
Por
eso el derecho a la ciudad no puede ser un derecho individual sino tiene que
ser producido como un derecho colectivo a hacer, a construir, otro tipo de
ciudad, una ciudad justa, una ciudad para el vivir bien de todos y todas y no
de unos pocos. Para eso lo primero sería quizás dejar de aferrarnos a esa palabra, ciudad, y
pensar ya no solo el derecho a la ciudad sino el derecho al habitar, a hacer
vida en conjunto. Pensar el derecho a la ciudad como el derecho a la producción
colectiva y social del hábitat como comunidad de vida. Esto implica
revolucionar nuestras formas de ser, de pensar, de relacionarnos con los y las
otras, con nuestro entorno, con la naturaleza, con la tierra, con los
territorios. Esto implica un arduo trabajo. ¿Por dónde empezar?
El
primer paso podría ser el reconocer e identificar las formas estructurales que,
en nuestros territorios, reproducen y sustentan las formas más violentas de
desigualdades y explotaciones. Identificar dónde es que somos, al igual
que los griegos de la antigüedad, meros rentistas. ¿Qué es lo que no producimos en las ciudades,
pero sin lo cual no podemos vivir? ¿Cuál es el sustento primero, aunque claro está no el único, de
la vida?
La ciudad capitalista en la cual vivimos hoy en día, se ha forjado en la dicotomía, ya no del hombre libre y del esclavo, aunque, claro está, la sigue reproduciendo bajo otras formas, sino en la dicotomía del campo y la ciudad, en la cual el campo alimenta, como mero esclavo, a la ciudad que se lo traga poco a poco. El derecho a la ciudad como vivir bien de todos y todas es entonces el derecho a romper con este modelo para poder retomar el control sobre lo primero que sustenta la vida, el alimento: es entonces el derecho a producir y reproducir nuestros alimentos sin explotar el campo, sin explotar a los y las campesinas, sin agotarse trabajando cual esclavo para enfermarse consumiendo falsos alimentos baratos que no son nada más que veneno.
¿Pero cómo producir alimentos en nuestras ciudades de asfalto? ¿Como producir ese habitar colectivamente en el cual todas y todos vivamos bien si seguimos viviendo en nuestras ciudades tales parásitos de la producción de alimentos del campo? Porque quien produce el 80 por ciento de los alimentos no es la industria capitalista agroalimentaria, como nos lo quieren hacer creer, sino, tal como lo reconoce hasta la FAO, la agricultura familiar, es decir el trabajo de los y las campesinas de nuestros campos ¿Cómo pensar nuestras ciudades como espacio para que la producción social del hábitat implique el producir nuestros alimentos?
Los resultados de la sistematización de la consulta realizada por la Asamblea Nacional de Ley al derecho a la ciudad, proceso del cual hicimos parte, nos indican unos puntos esenciales; invitándonos a pensar el derecho a la ciudad como un derecho colectivo que pertenece al conjunto de las personas que viven y transitan en su territorio, como el de la reproducción colectiva de la vida que asegure la igualdad de condiciones para el Buen Vivir, a plantear la función social del suelo, la propiedad sobre el suelo a partir del desarrollo de formas plurales de propiedad colectiva del hábitat, a repensar el modelo de desarrollo urbano como ecosocialista, donde se incorpore el concepto de la ocupación racional de los suelos sustentada en la conciencia ambiental y productiva, en hacer del habitar la creación de espacios fundamentales para el ejercicio del poder popular. Todos estos elementos, y muchos más aun, que no tengo el espacio aquí de mencionar, son pistas para el tema que nos ocupa aquí, invitándonos a pensar el hábitat como esencialmente y colectivamente productivo, a partir de la identificación de la necesidad que la ciudad se sume a la tarea de producir alimentos.
La
planificación ecosocialista nos indica entonces el camino: no se trata sólo de adecuar
espacios dentro de la ciudades para la agricultura agroecológica, sino que se
trata de hacer de la planificación del hábitat el espacio mismo donde generar organización
y formación en las comunidades para la producción conjunta de alimentos sanos
para nuestra salud, justos en la producción de las relaciones sociales, respetuosos
de la naturaleza y de sus ciclos; para producir alimentos que sustenten
nuestras vidas reproduciéndola de forma justa para todos y todas . Pensar la
producción social colectiva del hábitat a partir de esa organización y
formación, nos invita entonces a pensar de otra forma el desarrollo de los
nuevos urbanismos, integrando en estos no solo locales para el desarrollo de
proyectos socio productivos, sino espacios integrados e integrales para la
producción de alimentos.
Muchas
experiencias vienen desarrollándose ya en ese sentido, tales como los patios
productivos, los jardines comestibles, los techos verdes, la cría urbana de animales…pero
todos esto solo podrá transformar nuestros hábitares si se planifican como ejes
estructurales dentro de la producción social del hábitat. Y esta transformación
sólo podrá
materializarse si trastocamos la dicotomía moderna campo ciudad, aliándonos
entre territorios urbanos y territorios rurales, aprendiendo los unos de los
otros como funcionar como un solo metabolismo de vida, como un metabolismo de y
para la reproducción/producción de la vida. Y esto no son meras palabras o
utopía, la transformación ya está en marcha, producto quizás del bloqueo y de
las dificultades para acceder a los alimentos consecuencia del mismo, nuestro
pueblo ya ha emprendido el camino. Una encuesta[1]
que hemos hecho con el grupo de investigación del cual hago parte y donde hemos
censado más de 500 experiencias productivas del país nos indica que la gente
está produciendo alimentos en las ciudades, procesando alimentos
mayoritariamente, claro está, pero también abocándose a la producción primaria,
a la cría de animales, transformando su relación con lo que significa el vivir
bien en ese aprendizaje, produciendo, poco a poco, paso a paso, sus vidas desde
la autoproducción de alimentos, y haciendo de esta la base del derecho a la
producción social del hábitat y de la ciudad como comunidad de vida.
Organizaciones como la de Pueblo a Pueblo para citar una entre muchas, trabaja por ejemplo en tejer redes en las cuales las comunas urbanas se enlazan con comunas rurales, no sólo para garantizar el sustento alimentario para sus comunidades, sino para aprender cómo, dónde, producir alimentos. Las comunas integran poco a poco formas colectivas de producir alimentos, resguardan e intercambian semillas, se enseñan las unas a las otras los secretos del conuco y de la agroecología. Si nos organizamos, si nos planificamos, el derecho a la ciudad como producción social del habitar como autogestión popular puede convertirse en la palanca que nos permita reinventar nuestras vidas y producirlas como comunidad de vida, en la cual nos alimentemos todas y todas las y los unos de y con los otros y otras, como metabolismo par la vida, en base el intercambio, a la solidaridad y al trabajo colectivo.
[1] En este link se puede acceder
al informe “Estudio estadístico:
experiencias autogestionadas de producción y procesamiento de alimentos en
Venezuela, en el contexto de las sanciones internacionales y la pandemia por
Covid-19” donde se detallan estos y otros datos: https://drive.google.com/file/d/1FO-DU2JaEQklmSMygOC0N1YVjlI2UtMo/view?usp=drivesdk
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